jueves, 11 de febrero de 2010

Tierra de Nadie

El empleado público va a su oficina. El estado se encarga de proveer a las oficinas con bienes e insumos necesarios para que se puedan llevar a cabo las tareas que se supone deben realizar todos y cada uno de los burócratas. Bolígrafos, material de papelería, fotocopias, impresoras, y muchas otros bienes, puestos al servicio de los empleados públicos.

En Ecuador, el empleado público se lleva para su casa unos cuantos bolígrafos, algo de papel, una engrampadora y una que otra chuchería que le sirvan para, por ejemplo, ahorrarse unos centavitos en los materiales que necesitan sus hijos para la escuela. Es normal que la gente haga esto. No hacerlo, es sinónimo de estupidez.

El estado provee de bienes y servicios a sus empleados, para que éstos den un uso adecuado a dichos bienes y servicios. El estado no otorga dichos bienes y servicios, para que el empleado disponga de ellos de manera discrecional. El empleado justifica sus acciones en la idea generalizada de que “todos los demás también lo hacen y lo han hecho”, o que “esto es Ecuador, y las cosas son así, es normal que ocurran así.” Algunos mas avezados, ante el reclamo, se limitan a contestar "porque me da la gana y porque tengo el poder"... o transmiten un mensaje similar a eso.

Que la esposa del Fiscal de la Nación sea transportada en, (o quién sabe, que incluso conduzca) automóviles de propiedad de la policía nacional, a pesar de haber sido otorgados por esta institución para facilitar las labores de la FISCALIA y sus FISCALES en la investigación de accidentes de tránsito (¡irónico!)y no solo de exclusivo uso de Ministro Fiscal, (¡clarito dice el contrato de comodato!) es algo que no mosquea a nadie, a menos que acaezcan eventos como el infausto accidente en donde una persona perdió la vida y por desgracia fue arrollada por uno de estos automotores.

Nadie se cuestiona cuando, por ahí, pasa una caravana de autos oficiales, si quién va abordo es la persona a la que le asignaron dichos automotores y séquito, o si, a pesar de ser el ocupante de dicho auto la persona indicada, esté utilizando dicho automotor para fines relacionados con sus funciones, o para otros asuntos de índole personal. Es normal que eso ocurra en Ecuador.

El ciudadano común es asaltado en plena luz del día. Agradece que, en medio de dicha desventura, no haya perdido la vida. Teme acudir a la policía y a los tribunales a denunciar el hecho delictivo. Miedo a posibles retaliaciones por parte de los malandros, miedo a la incompetencia, inoperancia y corrupción de los agentes policiales y judiciales, miedo a lo agobiante, tedioso y poco fructífero que usualmente resulta embarcarse en una empresa de este tipo. Esto es Ecuador, y las cosas son así. Es normal que a uno lo asalten al salir del banco. Gajes del oficio de ser ciudadano.

En Ecuador, muchas cosas que en otros sitios son consideradas despreciables, ilegales, inmorales, anti éticas, son vistas con ojos benevolentes, con aceptación y hasta sumisión. La laxitud moral poco a poco se va instalando en la sociedad. El permisivismo de la gente, está a la orden del día. Las personas ya no generan juicios de valor a un sinnúmero de actos que otrora y en otros sitios, fueron y son condenados por la sociedad y castigados por la ley, por el simple hecho de ser actitudes y situaciones asumidas por todos, como parte de lo cotidianidad.

El peatón pretende cruzar la calle y llegar a la otra acera. Lo hace por la línea cebra. Pese a ello, los conductores jamás se detienen y ceden ante el peatón. En Ecuador, se ha asumido de manera natural y sin cuestionamientos, la idea de que el peatón debe detenerse y ceder ante la presencia de un automotor. Una nimiedad, una cosa, aparentemente intrascendente dirán algunos. En otros países, la gente cruza por las calles, y los conductores se detienen y esperan a que el peatón termine de pasar. En Ecuador, el chofer baja su vidrio, increpa, insulta y ofende al peatón para que se apure, o para que abra bien los ojos y vea que por ahí está viniendo “su majestad” detrás del volante.

En Ecuador, el chofer de un bus de transporte urbano, se detiene donde le da la gana, no respeta las paradas, recoge pasajeros donde quiera que estos estén apostados, independientemente de si éstos se encuentran ubicados en una parada oficial o no. El chofer, por ganar unos pírricos cuantos dólares mas, compite, (irrespetando normas de tránsito y poniendo en peligro vidas humanas) con otras unidades, por esos pasajeros desordenadamente dispuestos en las calles. Los pasajeros se sientan en el autobús, se acomodan a estos arrebatos y actitudes, y este comportamiento les parece normal. Ellos mismos –los pasajeros- detienen al bus en cualquier sitio de la calle, para subirse o bajarse, sin importarles si están en una parada o no. Ellos mismos permiten que el chofer conduzca de forma temeraria y que los obligue a bajarse “al vuelo”. Nadie reclama por estos atropellos e irrespetos. Nadie hace nada por corregirlos. Nadie tiene la autoridad suficiente para impedirlos, prevenirlos, o castigarlos. Alguien propone multas fuertes, y los choferes amenazan con paralizar la ciudad. Es normal en Ecuador que esto suceda. Nadie les pone en su sitio a los choferes, ni nadie obliga a los usuarios a educarse en una idea de orden. Es normal en Ecuador.

Un presidente se manda a confeccionar una constitución a su gusto y medidas. Declara que de hoy en adelante, ese mamotreto será el reglamento oficial en el cual están plasmadas las reglas del juego. Luego aparece en la cancha el mismo presidente, y ni bien han salido del horno dichas reglas, las viola impunemente o permite que las sodomicen sus subalternos y esbirros. Con una sonrisa, dice que él es la ley y que él es quien la interpreta. Lo mismo dicen sus áulicos, quienes se sienten envalentonados por la perversa complicidad de su jefe.

Un ministro es sorprendido en actos reñidos con la ley y la moral. ¿Qué hace? Desafía a sus detractores y acusadores. Trata de denigrarlos o de descalificarlos y finalmente se declara “perseguido político” o víctima de una conspiración proveniente de ultramar.

Otro ministro es vinculado con grupos narcoterroristas, con cinismo y desparpajo, primero lo niega, para luego, ante al abundancia de evidencias de lo contrario, decir que lo hacía simplemente por interés humanitario. La gente se traga el cuento. Es normal en Ecuador.

Un hermano del presidente es detectado como beneficiario directo o indirecto de millonarios contratos con el estado. El sujeto arma un circo, se dizque pelea con su hermano presidente, acusa al círculo rosado que rodea al presidente de orquestar una persecución. La prensa se enfoca mas en lo sórdido del asunto, en la pelea de cocineras, y deja de lado todo lo que inició el escándalo: la sospecha de corrupción. Poco después, aquí no ha pasado nada. Es normal en Ecuador.

El gobierno hace uso del dinero del estado (dinero de todos y de nadie) para multiplicar geométricamente la cuota burocrática. Crea ministerios que con bombos y maracas inaugura, para luego, sin pena ni gloria desarticularlos. Se inventa puestos burocráticos a diestra y siniestra. Gasta millones de dólares en propaganda falaz, en la que pregona con repugnante pompa sus grandiosos logros, pese a que la realidad contradice lo dicho y el pueblo cada vez, se ve sumido más y más en la pobreza, desempleo, inseguridad, carencia se servicios básicos, educación y salud. Se destinan millones de dólares en cadenas nacionales para atacar, ofender, denostar, denigrar, injuriar, calumniar, vejar, descalificar a una persona o institución en particular, mismos que no son del agrado del presidente. ¿Y aquí? ¡No ha pasado nada! ¿Quién reclama por esos abusos de poder y mal uso de dineros públicos? ¿Y si alguien reclama, quién le ajusta cuentas al gobierno? ¿Quién se atreve, quién puede, quién tiene la autoridad moral y legal para hacerlo? Los del gobierno mientras tanto se ríen impúdica e impunemente de la gente y ante la gente. “¡Vengan a cogernos!” (Si pueden o se atreven) es el mensaje que emanan. Desafiantes y altaneros ignoran a la autoridad (¿cuál?). “¡Vamos a ver cómo les va, si se atreven mismo a hacerlo!”

Vemos desde lejos al Ecuador, y lo único que se percibe es un hedor de putrefacción moral desde lo mas alto a lo mas bajo, desde la presidencia hasta la oposición, desde la realeza cortesana de mentes lúcidas, corazones ardientes y manos limpias, pasando por los castrados colaboradores de rupturas de otra época, hasta el plebeyo mas bajo, miembro del vulgo o populacho. La gente vive inmersa en esa pestilencia, y ese tufo, ya no les resulta molesto, se adaptan y acomodan a vivir rodeados de él. Es más, muchas veces, hasta gentilmente colaboran con su acrecentamiento.

¿Quién tiene la culpa? Todos y Nadie. Como todo lo que involucra a entelequias abstractas como aquella de ESTADO.

Vivimos en una cultura que paulatina y progresivamente se va volviendo más maleable en cuestiones morales.

Vienen los sabios de la Grecia, y con sus sofisticadísimas lecturas, sus inteligentísimos conversatorios de cafetín, siguen tapando baches y creando remedios tipo parche, para problemas más profundos, cuya solución radica en un cambio total y radical de la mentalidad de la gente.

Salen con idioteces como, por ejemplo, la de robo y hurto, porque en sus buenas y nobles almas, lo que apremia son los buenos oficios para con esos vilipendiados y vejados seres humanos que han sido privados de su libertad, por haber incurrido en alguno de estos actos. Por poco y llegan a demandar como condicional, la necesidad de que corran sangre y semen, para establecer la diferencia entre hurto y robo.

Establecen un monto, para diferenciarlos. ¡Genial! Así, quien cometa un pecadillo venial no debe ser castigado con similar rigor que quien cometa un crimen atroz. Se lucieron con sus aclaraciones semánticas, los mismos que en otros casos se esmeran piadosamente en abundar en las absurdas cacofonías y tautologías de género.

Pero en lugar de arreglar el problema desde las bases, se van por las ramas a poner remedios inicuos, superficiales e insuficientes. Proponen, como siempre lo he dicho, soluciones tan absurdas como inútiles, que equivalen a la idea de que para evitar los incendios forestales, la mejor solución radica en talar los bosques, o en su defecto implementar extinguidores cada cierto trecho.

En Ecuador no hay, ni Dios, ni ley. Nadie tiene garantía de nada.

¿Quién tiene la culpa? No se. Pero si se, que los ecuatorianos convertimos en parte de nuestras vidas y parte de nuestra forma de ser, una serie de comportamientos y actitudes anómalas, erradas, inmorales, funestas, nefastas, criminales, que, por ser éstas repetitivas, consuetudinarias y de gran potencial para generalizarse, pasan a ser aceptadas alegremente como parte del normal convivir y coexistencia entre ciudadanos.

En Ecuador, es normal que los políticos se beneficien personalmente mientras ocupan un puesto público. Se espera que al menos hagan algo por el resto y por el bien común. Sin embargo, con seguridad casi inexorable, se sabe que algún rédito personal han de obtener de tan aventajada situación. Muchos de ellos buscan y se esfuerzan por permanecer en dicha situación, y la convierten en su modus vivendi.

El problema de la sociedad ecuatoriana es algo más complejo que requiere de acciones y proyectos mas sofisticados y de peso, que la simple implementación de medidas correctivas superficiales. Si los hacedores de leyes, o los pontífices de las bondades de sus geniales propuestas progres no se han dado cuenta de ello, entonces, como diría Simón Bolívar, estaríamos arando en el mar, o en palabras del vulgo, estaríamos meando fuera del pilche o culiando en el aire (y todos sabemos que con el coito eólico, jamás se termina)

Más deplorable y sombrío resulta el panorama, si estos mismos biempensantes hacen lo que hacen a sabiendas de la realidad y no propenden a abogar por cambios mas radicales y que demandan mayor compromiso y esfuerzo, que meras exclamaciones de amor al prójimo a lo socialista, esto es, endilgando al Estado la responsabilidad para con los demás, y limitándose a preparar pergaminos cargados de instructivos para que el Estado se encargue de implementar y ejecutar las políticas que persiguen tan nobles ideales. Es normal en Ecuador vivir en dependencia del paternalismo.

La gente en Ecuador crece con ideas distorsionadas de lo qué es correcto o no, de lo qué es ético o no, de lo qué es moral o no. Por eso, el problema de la corrupción en nuestro país y de la decadencia moral que se vive, radica en la poca educación y conocimiento de valores básicos que permitan a una sociedad marchar hacia adelante en forma conjunta y aunada, en lugar de movilizarse de manera errática y dispersa.

Los ecuatorianos, (de forma general) en muchos aspectos de su cotidiana existencia, con dificultad, reconocen o distinguen lo que está bien y está mal. Muchas veces, por ser el hecho en particular, un acto aceptado de manera generalizada, pasa éste por alto el escrutinio de la escala de valores individuales. En ocasiones, los ecuatorianos, de manera tanto colectiva, como individual, son capaces de reconocer e identificar a ciertos eventos, actos, hechos o situaciones, y considerarlas como malas, negativas, injustas, perversas, inmorales, corruptas, pero que por indiferencia, comodidad, temor, timorata complicidad, o falta de fe en querer que el sistema cambie o en que pueda cambiar, simplemente los dejan pasar por alto.

Otras veces, el hecho inmoral, no es juzgado como tal por los ecuatorianos, porque simplemente en su escala de valores, este hecho no es considerado como malo, bien sea porque el individuo y el colectivo no han sido educados en la connotación negativa de tal acto, evento o situación, o bien sea porque el juicio de valor adjunto a dicho hecho, ha ido modificándose con el tiempo y luego de generaciones ha pasado a ser algo perfectamente aceptable. Existen, no obstante, cosas que no pueden ser consideradas buenas o aceptables, por la simple razón de su recurrencia y generalizada usanza.

La diferencia entre el Ecuador y otros países mas avanzados radica esencialmente en cuan férrea y sólida sea la institucionalidad de cada uno de éstas naciones.

Países con institucionalidad más afianzada y mejor estructurada, se encuentran por delante de nosotros en muchísimas cosas. Si son ricos y prósperos, no es porque el maná les baja del cielo en forma de billetitos verdes. Son ricos y prósperos porque simplemente están mejor organizados y eso implica que tienen leyes que se respetan y se las hace respetar. Tienen instituciones y organismos públicos que se encargan de velar por el cumplimiento de ley y de ponerla a funcionar. Pero también existe la confianza de la gente en esas instituciones y en la real vigencia de la ley.

¿Qué es la institucionalidad? En términos que yo entiendo, es simplemente la idea de que en esas sociedades existe un imperio de la ley. La gente, tanto de manera colectiva, como individual sabe que nadie está por encima de la ley. A esos pueblos se los educa, y se los ha venido educando por generaciones, en ideas y conceptos que conciernen al respeto a los demás, y en que si alguien le falta al respeto a uno, existe una ley que lo ampara e instituciones y personas que se encargan de ejecutarla y ponerla en práctica.

Cuando yo, por ejemplo, en USA, cruzo la calle por la línea cebra en una intersección, pese a estar el semáforo en luz verde para el automotor que pretende curvar hacia la derecha o izquierda, éste se detiene y espera a que yo termine de pasar. Quien conduce el auto, hace todo esto (respetar al peatón) en la mayor parte de veces, de una manera incluso irreflexiva, sin pensarlo. No hay necesidad de tener a un policía plantado en medio del lugar, para que la persona respete esa simple norma de convivencia. Simplemente es así y ni siquiera piensa en que lo hace por temor a alguna sanción. Cuando cruzo la calle en una zona peatonal, (un centro comercial por ejemplo) los motoristas tienen, por ley, que manejar a baja velocidad, y detenerse cuando divisan a peatones cruzando. Cuando un conductor pretende y hace el amago de irrespetar el derecho preferencial del peatón, basta con que éste –el peatón-le clave una mirada, para que el piloto se detenga y se sienta hasta amilanado. En Ecuador, el chofer del auto posiblemente aceleraría y de paso insultaría al peatón por su alevosía.

En la gente de otros países, se tiene bien clara la idea de que no se está por encima de la ley, y de que me pueden caer con todo el peso de la misma si yo incumplo con ella. La gente ha introyectado de manera tanto individual como colectiva, esas ideas de respeto. Además, la gente está segura de que si el motorista incumple, con seguridad se puede demandar que se lo sancione y existe certeza de que si la razón le asiste a uno, la justicia, por lo general, es ciega, e inclinará la balanza a favor de quien este cobijado por la susodicha razón.

Voy a un sitio público y veo, sobre una banqueta pública, unas gafas olvidadas por alguien, no las toco, ni me las llevo. Lo mismo sucede con la mayoría de personas que pasan frente a ellas. Las miran, y las ignoran. Alguna vez, alguien opta por recogerlas, una vez que se ha confirmado que no son de nadie de los alrededores. Muchas mas veces, en cambio, son llevadas y entregadas a alguien que las pueda devolver cuando el verdadero dueño aparezca y reclame por ellas. En Ecuador, lo usual es que el primero que las vea, se apodere de ellas y desaparezca. Es rarísimo ver lo contrario, bien sea que la gente las mira y las ignora, o las entregue a alguien que pueda devolverlas luego a su dueño.

Mis padres fueron asaltados hace 2 días, a la salida de una sucursal del Banco del Pichincha. Ellos, personas de la tercera edad se hallaban haciendo un retiro fuerte de dinero. Los asaltantes que esperaban a las afueras del banco, sabían exactamente quien llevaba el dinero encima. Mi madre, de manera cautelosa, y supuestamente para despistar, había sido quien puso el dinero dentro de su bolso, mientras se encontraba dentro del banco, y frente a la cajera. ¿Cómo supieron los asaltantes a quien tenían que atacar para hacerse con el botín? Esto solo se explica, con la idea de que existía algún cómplice dentro del banco. Los asaltantes, revólver en mano, solo atacaron a mi madre. A Dios gracias, mas allá del susto, el robo y los raspones, el asunto no llegó a otros niveles. Alguien dirá: ¡Qué ingenuos! ¡Qué torpes! ¿Cómo se les ocurre hacer eso en Ecuador? Precisamente en esas exclamaciones y en esa pregunta radica la laxitud moral del ecuatoriano promedio. Nos hemos acostumbrado al robo, sabemos que existe, y lo que mejor hacemos es adaptarnos a este tipo de situaciones, en lugar de hacer algo por cambiarla, o porque se mejoren las condiciones del sistema y del país que propician la multiplicación de estos hechos.

¿Qué hicieron mis padres? Se limpiaron las ropas, se enjugaron las lágrimas, y se fueron a su casa a lamentarse de su infortunio y a alegrarse de haber salido vivos de esta situación. A regañadientes fueron a anteponer una demanda en la policía. No están errados en haberse negado en poner dicha demanda. Primero, para tal trámite, hay que pagar una suma de dinero equivalente a una fracción del monto sustraído. Segundo, y según escuché, si se quiere que se investigue el hecho delictivo, hay que hacer un sinnúmero de trámites engorrosos y aflojar más dinero para que lleguen a feliz término. Tercero, en caso de que los delincuentes sean aprehendidos, hay que mantener la acusación y confiar en que ninguna Elsie Monje o cualquier otro imbécil de los derechos humanos aparezca en la escena, reclamando por la libertad de estos pobres seres humanos que han sido privados de su libertad por un simple hurto (no hubieron sangre ni semen de por medio.) Cuarto, una vez procesados, y si son juzgados y condenados, hay que confiar en que no se acojan a alguna de esas amnistías que liberan pedófilos y otros reos, porque han sido ecológicamente conscientes en el pasado. Quinto, hay que confiar en que cuando salgan estos delincuentes, no lo hagan con ánimo de retaliación. Sexto, así son las cosas en Ecuador, qué mas da, mejor dejar las cosas como están. Total mis padres no tienen conexiones con el gobierno o con algún palo grueso dentro de la política o la justicia (que para el hecho vienen a ser lo mismo.) ¿Quién va a movilizar a un ejército de chapas para salvaguardar a mis viejos, como en el caso de la esposa del fiscalillo aquel? ¿Quién va a ejercer presión para que se agiliten las investigaciones, se faciliten los videos del banco, se investiguen a los empleados del banco, con el fin de establecer una posible complicidad con los delincuentes de la moto? ¿Qué payaso de los derechos humanos sale al frente a apoyar a mis viejos o a cualquier otra persona que ha sido víctima de actos delictivos? Ninguno. Todos ellos tienen el buche bien lleno, de tanto comer en Carondelet, mientras se codean con gente que cree que la delincuencia en el Ecuador es una mera percepción, y se lamentan que las cárceles no tengan ventanas con vista al mar.

No justifico, pero si comprendo, el porqué, por ejemplo, los indígenas se toman la justicia por sus manos, y linchan, lapidan, inmolan o chamuscan a quienes ellos consideran y juzgan que los han agraviado malamente. No hay a quien virar los ojos. La gente no tiene fe en un sistema degenerado, manipulado, corrupto, pestilente. ¿Quién los defiende? ¿Los teóricos de los derechos humanos acaso? Y aún así, tampoco se constata la presencia de estos mismos defensores de los derechos humanos, cuando el ajusticiamiento se ha llevado a cabo, para evitar más de lo mismo. Nos acostumbramos y nos adaptamos. Deja de importarnos o preocuparnos. Hasta llegamos a encariñamos con estas expresiones folklóricas.

Cuando uno va al Ecuador, indefectiblemente termina siendo absorbido y embargado por esa descomposición moral. No se puede existir en ese país, sin dejar de sumarse a esa podredumbre (en mayor o menor grado.) Una vez ahí, no se puede evitar caer en la tentación de hacer cosas, que bien sabemos no son legales, ni morales, y peor aceptadas y excusadas en otros lugares del planeta. Ejemplos de ello abundan.

Sigo pensando en que quiero volver el Ecuador. Pero veo que ese día cada vez está más lejano. Miro con desazón, que la sociedad ecuatoriana se descompone progresivamente, y que nada de lo que se hace, es para mejor. Eso hace que cada día que pasa, me cuestione mas, si en realidad pienso cometer tal insensatez. El sentido común me dicta que no regrese a un sitio en donde no existen garantías de nada. En donde la ley de la selva se va imponiendo paulatina y progresivamente. ¿Qué tipo de vida puedo tener allá? ¿Puedo vivir y nadar contra la corriente? ¿Se merecen mis hijos una vida llena de tanta zozobra e incertidumbre?

Lo acaecido a mis viejos, no es más que una razón poderosa, para meditar si verdaderamente quiero volver a un sitio en el cual, por donde uno lo mire o toque, brota pus y hedor. El pragmatismo se impone al sentimentalismo. Mis hijos no crecen junto a sus abuelos. Nos perdemos los mejores y quizá últimos momentos de nuestros progenitores y hermanos. No disfrutamos tan a menudo como quisiéramos de lo bueno que tiene lo nuestro, de nuestra tierra y su gente, porque lo malo y perverso poco a poco invaden, se cuelan y se infiltran por todas partes y contagia a todos, en mayor o menor cuantía.

Acá, donde vivimos, las cosas distan mucho de ser perfectas e idílicas. Lo reconozco y estoy consciente de ello. No obstante, el nivel de incertidumbre es muchísimo menor. No vivo en ascuas todo el tiempo. Se que si hago mi parte, cosecho los frutos de mi esfuerzo. Se que si pago impuestos, los veo revertidos en obras para mi propio beneficio. Se que si algún problema o situación me aquejan, tengo a quién y a dónde virar mis ojos en busca de ayuda y justicia. Se que si me asaltan en un banco, la policía revisará inmediatamente los videos, interrogará a los testigos e investigará a los posibles sospechosos y a sus cómplices. Se que si me olvido mi billetera en un sitio, existe una gran posibilidad de que regrese y la recupere de entre todas las cosas perdidas que han sido encontradas y entregadas por terceros en aquel lugar. Se que si un Presidente me insulta, puedo meterle juicio y si la esposa de un fiscal me atropella estando en flagrante violación de un sinnúmero de leyes y utilizando propiedad del estado para su transporte personal, tengo la certeza de que la ley no se va a hacer la de la vista gorda. Se que hay instancias que harían imposible la existencia del fiscal y de su mujer. Y se que un fiscal acá, hubiera renunciado en seguida, ante los hechos ocurridos. Se que mis padres no hubiesen sido asaltados, porque acá, la ley del revólver y el “wild west” son cosa del superado pasado y propias de la fantasía del Hollywood de hoy.

Ecuador, tierra de nadie. Tierra donde yo nací. Tierra que se está empantanando y la gente dañando.

¿Y en todo esto, qué tiene que ver el Correa y toda la gentuza que lo acompaña? Simple: ellos han hecho de la mentira un arte popular y vulgar. Ellos han logrado destruir lo poco de institucionalidad que nos quedaba. La palabra de una persona vale lo que sus contactos puedan hacer. Ellos –los robolucionarios del siglo XXI- se han convertido en los abanderados y paladines de la decadencia moral. Y ninguno de sus colaboradores, por mas honesto que se pueda creer, puede ser considerado de manos limpias.

Tengo una profunda decepción de mi país. Me apena terriblemente saber que la gente sencilla y buena, está siendo poco a poco contaminada con ese germen de la corrupción, inmoralidad, cinismo e impunidad. Espero que en un futuro no muy lejano, las cosas empiecen a cambiar para bien, y que esa chusma que hoy nos gobierna y que se ha mofado descaradamente del pueblo reciba su justo castigo; y que finalmente empiecen a ser aplicadas las leyes que ya existen y que están hasta en demasía empolvándose por falta de uso, gracias a los esfuerzos mancomunados de esos iluminados prohombres y promujeres del socialismo revolucionario.