sábado, 27 de junio de 2009

Titanes en el ring

Cuando era guagua, había un programa en TV de blanco y negro que, durante esa época tan linda, cautivó mi atención. El programa, hecho en Argentina, se llamaba “Titanes en el Ring”, y como su nombre lo indica, se trataba de de grandes titanes agrupados en dos bandos antagónicos que se enfrentaban en un cuadrilátero. Los unos eran asociados con lo blanco, lo puro, lo bueno, lo correcto. Los otros, con lo mañoso, lo incorrecto, lo malo, lo oscuro. No obstante, hasta los mas malos resultaban ser un tanto chuscos y se granjeaban algún tipo de simpatía. Sobre todo, porque los buenos, en muchas ocasiones, terminaban siéndolo en demasía, y por ende, empalagaban a la fanaticada.

Dentro de los integrantes de los Titanes en el Ring, existían personajes tan malvados como Genghis Khan, o Kangai el Mongol, así mismo, estaban otros menos perversos, pero mas mañosos como Diábolo, o el Vikingo, quien, por cierto, tenía una canción de presentación, que hasta el día de hoy recuerdo y tarareo, en memoria de un profesor del colegio, quien, por ser tan alto y enjuto, lo apodamos con el nombre de “el Erecto”. Hasta llegamos a remplazar el nombre del Vikingo, por el de “El Erecto” en esa canción, y cantársela a viva voz, cuando éste entraba al aula. Estaban también, aquellos fofos, inocentones y atorrantemente puros, como Pepino el Payaso o imbéciles de primera como David el Pastor, quien hacía su entrada al cuadrilátero, rodeado de chivos y borregos. De igual manera, existían personajes silenciosos, cuya presencia resultaba, (y resulta hasta el día de hoy) un verdadero misterio, tal y como acaecía con el Misterioso Hombre de la Barra de Hielo, un sujeto que se paseaba de cuando en cuando, alrededor del ring, con un bloque de hielo sobre sus hombros. No faltó aquel fiscalizador o juez corrupto, que, favoreciendo de manera reprochable a aquellos despreciables titanes, se daban el lujo de poner en práctica mañas y trampas, que eran ignoradas olímpicamente por este nefasto personaje. Era el caso del infausto árbitro, el señor William Boo.

Aún recuerdo vívidamente un episodio en específico, merecedor de sesudos y profundos análisis y comentarios entre mi hermano de 6 años, y yo de 7, sobre lo que había sucedido. Lo cruento del acontecimiento; la simple idea de ver enfrentados a los titanes mas poderosos y buenos del lugar, simplemente eran sobrecogedores. Los acontecimientos del campeonato de lucha libre se habían dado de tal manera, que al final del torneo de lucha libre, en lugar de haber un enfrentamiento entre las fuerzas del bien y del mal, lo que teníamos en frente era una disputa por el título, entre los dos titanes mas buenos, populares y justicieros del lugar. Martín Karadagagián, el luchador por excelencia y antonomasia; invicto, poderoso, ágil, a pesar de ser un sujeto de abultado vientre, baja estatura, avanzada edad y barba en blanco y negro, tenía que enfrentarse al ser mas temido y feroz de la lucha libre, un ente que estaba mas allá de este mundo, y que por fortuna, se suscribía a las mismas causas que su oponente. Se trataba de La Momia, luchador sordo mudo, paladín de la justicia, mas fuerte que el acero. Un personaje peculiar, espástico, rígido y envuelto de pies a cabeza en rollos de papel higiénico, mismo que ocluía totalmente sus fosas nasales por lo cual lo obligaba a respirar a través de una hendija abierta en la zona de la boca, a través de la cual, el aire circulaba a manera de vaivén por entre la mortaja. Los niños de esa época nos asustábamos por el aspecto de este ser. En fin, la vida había dispuesto que estos dos héroes se enfrenten cara a cara, a pesar de que ambos personajes eran los mas queridos, temidos, populares y poderosos de todos los tiempos. A pesar de ello, -de que ambos eran del grupo de los buenos- el evento no dejó de cautivar a la teleaudiencia, quien, pese a que no hubieron enfrentamientos ideológicos o de causas diametralmente opuestas o antagónicas, había suscitado la curiosidad y expectativa de propios y extraños. Martín Karadagián, el ídolo de este espectáculo, se enfrentaba mano a mano, con La Momia.

El resultado de la pelea se lo puede ver aquí mismo:



Al final del día, tanto buenos como malos, resultaban ser unos personajes bobalicones y mas bien bonachones, quienes, independientemente de su orientación política, se encontraban unidos por un férreo espíritu de cuerpo, que iba mas allá de sus diferencias personales y que dejaba en claro la fraternidad que los unía.

Joffre Campaña, abogado de oficio, bilioso editorialista de un “medio corrupto”, acérrimo crítico del gobierno de Correa y su causa, la revolución ciudadana. Ha demandado a Correa por injurias, calumnias y otros daños, y exige 5 millones de dólares para que se le resarzan los daños y traumas que el verbo del reyezuelo le hubiesen ocasionado. Ironía o mofa de la vida, Joffre Campaña el abogado de confianza de Fabricio Correa. Fabricio Correa, hermano mayor del reyezuelo, Rafico I, el Magnánimo. Fabricio Correa, capitalista hermano del líder de un socialismo enemigo del empresario. Fabricio, un capitalista que se comporta igual que el resto de empresarios, porque así lo aconseja su abogado: “si no hago lo que veo…” le recomienda el letrado. Letrado que desprecia a la revolución que encabeza el hermano de su asiduo consultante. No hay buenos, no hay malos. Simplemente un encuentro entre varios titanes, que tienen en vilo a un pueblo obnubilado con los poderes mágicos de Rafico I “El Karadagagián”.

Un Fabricio, ñaño “suficientemente listo” como para hacer una fortuna en par de años, al cabo de una vida empresarial de 23. 25 son los años que ha camellando. Pero solo 2, son los que marcan la diferencia entre el Fabricio de las favelas, y el Fabricio de las pelucas.

¡Oh coincidencia! El hermanito menor, poderoso titán de color verde moco, defensor de los ideales mas idealizados del idealismo ideal del idiota latinoamericano, lidera un sainete y comparsa, que comandan el vivir de una masa de shunshos que lo apoyan en su causa y lo sostienen en su oficina. Coincidencia que su hermano de cuerpito y alma burgueses, –léase pelucones- se hace acreedor de la manera mas dedocrática y subrepticia a la vez, de jugosos contratos con sectores que forman parte del absoluto Rey Sol.

Escondido detrás de papeluchos, cual pordiosero, estira la mano para asirse a una de las generosas tetas de esa entelequia propiedad de nadie, propiedad de todos.

Al final, lo que vemos es un capítulo extendido, burdo y cargado de hedor, de lo que otrora fue un espectáculo infantil, inocente y cándido. Los titanes en el ring se esmerarán por sacarse sangre en el cuadrilátero para dar un toque mas dramático al espectáculo, de tal suerte que el pueblo se trague un cuento. A los papeles del Fabricio les cancelarán los contratos que tiene con el estado ecuatoriano, hoy por hoy, sinónimo de Rafael Correa, (¡el estado soy yo!) pero al mismo tiempo, al Fabricio, como sujeto único y “suficientemente listo” se le devolverán los contratos, una vez que esa gotas de sangre derramada hayan surtido el efecto sedante en un populacho ávido de espectáculos morbosos.

Habrán de participar los otros titanes, aquellos payasos, plebeyos, chupa medias y otros personajes de variopinta pinta y atributos, que solo servirán para afirmar que el ñaño mayor nada de malo ha hecho, y que el ñañito menor, ignoraba por completo todas las mañas y jugadas de aquel que se ha erigido como valuarte de la astucia y “listez”. Tres días mas, y todo quedará en el olvido. Otro imbécil será objeto de los embates del titán de los titanes, y la plebe hará loas ante el nuevo y refrescante episodio de odio destilado a 90 octanos.

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