domingo, 22 de marzo de 2009

Ojos que no ven...

Ojos que no ven…

Hoy tuve, una vez mas, que encarar aquella pregunta que tanto me atormenta desde que llegué a este país. ¿Cuándo pienso volver al Ecuador?

Es una pregunta harto compleja, puesto que no está en mis planes retornar a mi país con una mano adelante y otra detrás. Lo es también, porque involucra una serie de cuestionamientos morales y éticos, así como la triste realidad de mi país.

Cuando vine a este país, aunque sin dinero en el bolsillo, debo admitir, llegué en una situación privilegiada, pues fui apadrinado por un tío político muy bien acomodado, que, por amor y por una promesa hecha a su finada esposa, mi tía, hermana de mi madre, él se comprometió a dar una oportunidad a los sobrinos “pobres” que vivíamos en Ecuador.

Mi madre tiene 6 otras hermanas, tres de ellas, por esos azares de la vida, terminaron establecidas en gringolandia. Todas ellas -mi madre y sus hermanas- son profesionales, cosa muy rara en Ecuador de aquellas épocas, en que ellas fueron universitarias, mas rara aún, que lo hayan logrado en tiempos de machismo arraigado y recia pobreza. Mi abuelo fue un ingeniero de carreteras hace 60 años, quien se pasó la vida abriendo tajos en las montañas de la sierra, para crear las carreteras que hoy, tanto tiempo después, por malas administraciones y corrupción, se están derrumbando. Algunas de esas colosales obras se las atribuyeron a un tal Granda Centeno, cuando los cerebros y manos que las trabajaron fueron de otros. Pero bueno, eso es otra historia. El viejo patriarca con su magro salario y mi abuela, con su tiempo e ingenio, se las arreglaron para que sus 7 hijas estudien en la universidad. No solo que estudiaron, sino que se destacaron. Tres de ellas terminaron acá, en los Estados Unidos. Una en Hardvard, otra en MIT, otra mas en Hardvard. La de MIT, conoció a quien se convertiría mas luego en mi mecenas. Él, mi tío, para poder estudiar, se dedicaba a vender libros de puerta en puerta, en bicicleta en sus ratos libres. Ella era el sostén del hogar. El tipo, (mi mecenas) era un inmigrante alemán, quien perdió a su padre de muy pequeño, quien era un políglota al que se lo tragó el infierno aquel, cuando servía al ejército Nazi como traductor para las huestes que se expandían por Europa y Asia en la segunda guerra mundial. Mi tío, era un hombre muy capaz y excepcionalmente brillante y práctico; se dedicó casi en exclusivo a su carrera de ingeniería electrónica, cuando la electrónica estaba en los albores del mundo “tech” que hoy conocemos. No existían calculadoras, una computadora y su “hardware” ocupaban todo el piso de un edificio, y ésta tenía la capacidad de una calculadora científica actual de bolsillo. Mi tío, gracias a sus estudios, inventó un sistema que hoy es historia, pero que en esa época equivalía a pasar de la regla de cálculos, al uso de una calculadora. Le ahorraba al usuario tiempo y dinero. Ese invento fue su primer paso a lo que él mismo considera el “sueño americano”. Pero para poder dedicar tanto esfuerzo y tiempo a su PhD, su esposa, mi tía, trabajó muy duro para que él se pueda graduar. Él, hasta el día de hoy, está convencido de que lo que es, y la fortuna que forjó luego, se deben en gran parte al apoyo incondicional que tuvo de mi tía. Él, es un convencido creyente de que la mejor inversión en la vida, es la educación, y que la prueba viviente de tal aseveración es su persona.

Cuando mi tía, de forma prematura, estaba en su lecho de muerte, a causa de un cáncer de seno, su esposo, (mi mecenas) le juró que iba a "traerse" a los Estados Unidos, a todos los sobrinos de ella que así lo deseen, pues esa era su forma de darle las gracias y de agradecer a la familia de ella, que tanto cariño le había dado. Y fue así que, la muerte de mi tía coincidió con mi graduación de médico. A duras penas pude acabar el año de medicina rural, casarme y mi tío, (el mecenas) ya estuvo golpeando en mi puerta ofreciéndome esa oportunidad.

Son diez años ya, desde que me instalé en esta tierra del “melting pot”. Mi esposa vino un año después. Mi tío nos hospedó en su casa, nos pagó los estudios a mi esposa, y a mi, y a otros 17 otros primos y primas, algunos de ellos, también con sus respectivas parejas. Cuatro años duramos en su casa. Fueron cómodos, fueron difíciles, fueron duros, fueron alegres, fueron diferentes.

Aprendí el inglés, entré a mi residencia en Nueva York, y apenas pudimos irnos de su casa, lo hicimos. Para ese entonces, mi esposa ya había completado su maestría en psicología, tenía empleo y yo estaba en mi residencia, y con lo que ganábamos ambos, ya podíamos costearnos una vivienda y los gastos por y para nosotros mismos. Antes, teníamos las tarjetas y los autos de mi tío, pero eso era artificial, y nosotros sabíamos que no era saludable, ni decente, seguir viviendo a expensas de él.

Algún tiempo atrás a mi viejo, quien es arquitecto, le pidieron que rediseñara la oficina de un importantísimo burócrata dorado. Mi viejo dijo que sus honorarios eran una suma dada. Le aconsejaron que hablase con los proveedores y distribuidores, para que les pida una comisión, a cambio de traerles tan jugoso negocio. Convertirlos en los proveedores de los muebles, de los aparatos y adornos de dichas oficinas, era una idea, que dichas empresas difícilmente podrían rechazar. Mi viejo se negó a tal cosa. Dijo que el convino una cantidad por sus honorarios y servicios, y que mas allá de eso, él no quería saber nada. Dijo que ese tipo de ideas de las “comisiones” no eran su forma de operar, y solicitó que se encargue a alguien mas la obtención de los materiales e insumos necesarios para la obra. Me pareció una idiotez de parte de mi viejo. Tuvimos una fuerte discusión, en la que no lo convencí de que era una oportunidad de hacer un dinero extra. Mi viejo simplemente me dijo, con mucho pesar, que sus principios eran, desafortunadamente, distintos a los míos. Un viejo necio y flojo es lo que es, pensé para mis adentros, por eso nunca ha sabido hacer dinero. Juzgué que toda esta discrepancia se debía a que yo soy ambicioso y a él siempre le ha faltado esa “motivación”. Me convencí de que a él, siempre le han visto la cara de pendejo, y que por eso, yo me había jurado que nunca me iba a pasar lo mismo.

Siempre he admirado los valores de mi padre. Alguien me preguntó una vez, que quién yo creía era la persona mas exitosa de nuestra familia, (de todos los que pertenecemos a ese clan que se origina con las 7 hermanas.) Supongo que la respuesta mas obvia era afirmar que mi tío político, el generoso y opulento mecenas. No obstante, yo dije, y mi hermano que también estaba ahí en ese momento, dijo así mismo y al unísono, que era mi papá. Sigo ufanándome de aquello. Mi viejo no ha sido exitoso en el dinero, ni ha sido mujeriego, ni parrandero, juerguero, pero si ha sabido criar a sus hijos, y hecho de nosotros una buena familia. Mi único reparo, siempre ha sido esa falta de ambición, que mi viejo ha compensado con creces mucho mayores y de un valor incalculable. Gestos que solo sus hijos reconocemos, y que serían, y de hecho son, motivo de sanas e insanas envidias. Hoy me doy cuenta, que yo también estaba contagiado con ese permisivismo que tanto infesta la vida de los ecuatorianos, y que mi viejo si ha sabido mantenerse incólume a pesar de esa putrefacción moral y social.

He vivido en este país, muchas experiencias, positivas y negativas, y me he llenado de bienes materiales, fruto de mi trabajo honesto y bien remunerada carrera. He vivido en persona lo bueno y lo malo de la sociedad norteamericana. Creo que hasta he alcanzado el pendejo sueño americano. Ese sueño, que no es otra cosa, que ser bien pagado por lo que uno sabe hacer un poco mejor.

Muchas de las cosas negativas de esta sociedad, nos agobian tanto, que mi esposa y yo, estamos convencidos de querer regresar al Ecuador, en donde, esas manifestaciones culturales e idiosincrásicas son escasas. No queremos que nuestros hijos se críen con una mentalidad gringa. Nos entristece la idea de que, por influencia de esta sociedad, se vuelvan mezquinos, individualistas, excluyentes, y que al final del día no les importe nada, ni nadie, excepto sus cuerpitos, y terminen refundiendo a sus padres en un ancianato, como el resto de gringos lo hacen.

Ese no se qué, de nuestra sociedad ecuatoriana, ese algo positivo, esa añoranza de los buenos recuerdos de nuestra infancia y juventud, ese calor de hogar, ese espíritu de familia extendida y los amigos, es lo que mas nos llama desde nuestra tierra.

Pero el llamado aquel, se estrella con una realidad, cada vez más dolorosa y cruel en nuestro país. Vivimos –mi esposa y yo- idealizando un mañana, que se sustenta en nuestras experiencias del pasado. Pero esos ideales, se evaporan cuando vemos que, si queremos volver al Ecuador, tenemos que imbuirnos en la misma descomposición social que aqueja a nuestra gente. Nos toca convertirnos en parte de ese sistema.

El Ecuador en estos momentos, y gracias al aunado esfuerzo de generaciones de políticos, se ha convertido en un país que es tierra de nadie. No existe un estado de derecho. Y esa realidad hace a uno replantearse si todo lo negativo de este país norteamericano, todavía vale la pena sufrirlo. Y la conclusión, con lamento, es que si.

En este país, a pesar de todo lo que está sucediendo, a pesar de la crisis iniciada aquí, y expandida a nivel mundial, existe una conciencia colectiva en la que la idea de que nadie está por encima de ley, prima en los actos de la sociedad y de los individuos. Aquí todavía hay temor de la ley, y uno puede confiar en que ésta, es mas o menos ciega. En contraste, en nuestro país, la conciencia colectiva, muy arraigada y sanamente nutrida desde las esferas mas altas, hasta las mas bajas de la sociedad, tiene como premisa, aquella idea de que la ley es letra muerta, un simple papel con tinta que sirve en remplazo del papel higiénico, y con el cual nuestras autoridades hacen gala y alarde al usarlo de ese modo o en su defecto aplicarlo a sus enemigos. Esa falta de seguridad, la impúdica impunidad de quienes cometen semejantes actos, en crasa violación de las leyes y de esa constitución que muchos de ellos mismos contribuyeron a engendrar, eso y mucho mas, es lo que corroe a nuestra patria hasta el tuétano. Los valores y el respeto a los otros, son esquivos. La educación formal e informal, una burla que fomenta esa degradación humana. Se vive en un estupor de aceptación de lo inmoral. Quien no saca provecho del estado, del empleo, de su posición de manera ágil y expedita, simplemente es un tarado. Quien no roba, teniendo la oportunidad; quien no se trae a casa unos “souveniers” de sus oficinas; quien no “acolita” a los parientes o a los panas, para que se incrusten en algún puesto del estado o se beneficien de algún negocito con el mismo; quien no usa los bienes del estado (pueblo) en su propio beneficio; quien no hace uso de los carros del estado para que le lleven a los guaguas a la escuela; quien no paga un tramitador o se busca un “conocido” para que le acelere algún trámite, es simplemente un pendejo, un idiota, un tarado.

Cosas tan simplonas como el hecho de cruzar la calle en una zona peatonal, y ver como los carros se detienen y ceden ante el peatón, y ver con qué miedo, los conductores actúan, si un peatón les espeta o reclama por no bajar la velocidad, y luego compararlo y contrastarlo con lo que sucede en Ecuador, en dónde, los conductores, le tiran el auto a los peatones, y son éstos, los que se tienen que hacer a un lado para que pasen los autos, o ver a lo peatones cruzar y deambular por las calles peor que callejeros caninos; el apreciar este contraste entre el Ecuador y los gringos, nos da una idea clara de aquella conciencia colectiva de que nadie está por encima de la ley en este país, mientras que en Ecuador es todo lo contrario.

La putrefacción y decadencia social son tales, que nos hemos acostumbrado a ellas. El hedor de la corrupción se ha convertido en sutil aroma celestial. Desde los actos mas relevantes y llamativos en manos de personalidades, hasta los mas pequeños, la descomposición moral infesta nuestra sociedad. El permisivismo, la laxitud moral son el pan de cada día en nuestro país.

Talvez sea por eso, que yo estaba convencido de que las comisiones que mi viejo pudo haber obtenido por el trabajito aquel en las oficinas de la burocracia dorada, no tenían nada de inmoral. Mi laxitud moral, mi permisivismo, mi conciencia colectiva de saber que aquí no pasa nada, y si pasa, simplemente me río por encima de ello, y la vida sigue como siempre, hicieron que yo sea un juez tan implacable y tan descompuesto de mi propio padre. Mis valores, mis principios no estaban claros. No lo estaban hasta hoy, cuando de manera prospectiva y retrospectiva, analicé mis posibilidades de volver a un país, donde la mentalidad de “ojos que no ven, corazón que no siente”, es la que reina y gobierna los actos de las personas, sobre todo, cuando el bien común, o la propiedad pública o estatal son los que se ven aludidos. Mi viejo no fue capaz de “ganarle” al estado unos centavos mas, pues su decencia y principios son mas fuertes y férreos que cualquier plato de lentejas. Todos tenemos un precio, le dije una vez, él me respondió: ¡no todos mi cachito, no todos!

Ojos que no ven…

A todos nos importa mucho que roben del dinero y bienes del pueblo, al mismo tiempo y sin embargo, a ninguno nos importa, pues, aunque es nuestro dinero, no lo poseemos. Es y no es, y por eso, si los ojos del pueblo no ven que les están robando en chanchullos, en asignaciones a dedo, en dilapidaciones de propaganda, en comisioncitas, en obesa burocracia, en avioncitos, simplemente no lo sienten, y solo se dan cuenta de ello, cuando el asunto se torna obscenamente evidente y burdo, o cuando los afectados son demasiados en un mismo instante.

¿Puedo volver a un sitio, en dónde no tengo ninguna garantía de que mis derechos prevalecerán por encima de cualquier injusto embate? Querer, no siempre es poder. Yo no puedo volver, así quiera. ¿Quién me da una garantía de que puedo volver sin temor? ¿Será que la única forma de garantizarme una aparente calma, es volviéndome parte del sistema, o peor aún de quien lo controla, como esa robo-lución ciudadana? ¿Cómo puedo ir allá tranquilo, si veo que un presidente se cree el jefe de todos, que ignora las leyes y actúa al margen de ellas, que se siente indestructible, pues quienes deberían pasarle factura por sus actos tienen rabo de paja y obedecen a sus designios?

Un gran dilema para mi. Cuando vine, Mahuad iniciaba el feriado bancario. Creí que luego de su caída algo mejor iba a ocurrir. Me equivoqué. No hemos tocado fondo aún, y por eso seguimos así. Y por eso, no me atrevo a volver. Este idiota migrante, se rehúsa a volver con una mano adelante y otra atrás, o en su defecto, volver, para que lo dejen con las manos estiradas, después de todo lo que ha logrado con su esfuerzo y trabajo honrado en otro lugar.

¿Será que para volver, debo hacerme a la idea de vivir amordazado, constreñido, limitado, restringido, escaso, y feliz por estar en similar predicamento que el resto de la gente? ¿Será que tengo que conformarme con el mediocre sumac kawsay que proponen estos inmundos cabecillas de la descomposición nacional?

Ojos que no ven…

PD/ Es así que el mío, es simplemente, un susurro en el estruendo. (Pero no por eso, he de callar)

5 comentarios:

Juan Montalvo dijo...

Juan Sebastián,
En tus manos está hacer que tus hijos no elijan contravalores que no son de los estadounidenses (mezquindad, exclusión…??? Esos no son valores americanos). Por circunstancias de la vida, pasé más de 8 años en Estados Unidos (en diversos Estados) y encontré nobleza, espíritu emprendedor de superación sin pedir limosnas estatales, encontré valoración de lo que cada uno podía aportar (al contrario de lo que veía en Ecuador donde siempre se resaltaba lo malo: un ejemplo en el Fútbol, los periodistas y aficionados siempre resaltando qué malo es este o el otro,, qué si no sirve, qué si no está a la altura, mientras que en los USA siempre miran en cuanto aporta, qué si en pocos minutos da XX% de asistencias, etc…) recuerdo, por ejemplo, que quise sacar un seguro para mi auto y como apenas tenía 23 años las primas eran altísimas y no podía costearlo como estudiante. El bróker buscó lo positivo: ¿Tienes buenas calificaciones? Excelentes, A- de GPA. Perfecto: eso demuestra que eres una persona responsable y mereces un descuento en la prima. Y me lo dieron. En nuestro país se habrían reído de mí si les pidiera un descuento por buenas calificaciones. Creo que debes sacar lo mejor de cada cultura y esforzarte para que tus hijos se conviertan en buenos ciudadanos del mundo, en personas felices. Si lo logras en USA o en Ecuador, es circunstancial. En cualquier caso, si hay algo que veo que aprecias en su justa medida es el valor de la Libertad y las reglas claras, el poder del individuo y sus derechos frente a un estado que le teme (al individuo) y no al revés (donde son los ciudadanos los que temen al Estado opresor). Ecuador se beneficia de tener ciudadanos como tú, estén donde estén.

Endivio Roquefort I dijo...

Sinceridad palpable. Interesante relato. Gracias.

Juan Sebastián Utreras-Carrera dijo...

Gracias por sus palabras amigos. Lo que digo es sincero. Gracias ER por verlo así.

Nando dijo...

Gran relato Juan Sebastian,
Me encuentro en una situacion un tanto similar a la suya, soy reconocido por lo que hago, y tengo ingresos que me permiten vivir muy comodamente, y al igual que usted me he planteado si vale la pena regresar al pais. Hasta ahora lo unico que encuentro es un gran signo de interrogacion.

Un saludo cordial.

Tu guia espiritual dijo...

Para que quieres venir al Ecuador Trucho. No seas pendejo. La revolucion ciudadana va a poner limite a los honorarios medicos, van a impedir abrir clinicas y centro medicos privados. La libre empresa desaparecera. Tus hijos creceran mucho mejor en un pais de primer mundo que en Ecuador. Mejor cola de leon que cabeza de raton comunista. Los que hablan mal de los Estados Unidos generalmente ni siquiera han estado ahi y algunos han estado solo de paso.