miércoles, 18 de febrero de 2009

Otras realidades

Llegó a mi consultorio solicitando un chequeo general. Le habían dicho que en nuestra práctica, la gente sin seguro médico si podía ser atendida.

La revisé. Le dije que en este país, la gente sin seguro médico, tiene aún opciones para recibir atención. Ella proviene de uno de aquellos países africanos olvidados por la historia de la humanidad.

Se hizo los exámenes. Tuve que decirle que casi todo estaba bien, con la exepción de las pruebas hepáticas, tenía una inflamacón del hígado. La interrogué para dar con una posible explicación a tal anormalidad. Negó consumir alcohol, o tomar demasiado acetaminofén. No toma otras medicinas. No tiene tatuajes. Nunca ha usado drogas intravenosas. Jamás ha recibido una transfusión de sangre. Tiene una hija.

Repetimos y ampliamos los análisis, el resultado: tiene Hepatitis B. Su esposo no tiene el virus.

Ella me preguntó cómo pudo haberse contagiado con esta enfermedad. Le dije que básicamente se transmite como el SIDA. Ella negó promiscuidad. En un instante, ella recordó que una vez, cuando tenía 11 años, estuvo expuesta a una filosa hoja de afeitar que se había manchado con sangre de otras personas. Entre lágrimas recordó que ese día fue cuando su madre la llevó para que, junto a otras chiquillas de similar edad, sean "circunsidadas."

Ella vino a este país, porque su gente la rechaza. Ella decidió no someter a su hija a la misma mutilación. Su madre se averguenza de ella.

Ahora estamos trabajando en el tratamiento de la hepatitis. El daño en su alma necesita un verdadero especialista.

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